El orfebre loco
injustamente traicionado,
se creyó agraviado
por la humanidad
y, para vengarse,
con tiempo y rencor,
forjó su instrumento.
Se vistió de feroces garras,
añadió filosos colmillos,
e inventó la espada
emulando con ella
esa extrema comunión
del cazador contra su presa,
eternizando así ese instante
de belleza y muerte.
Dioses y mortales son
testigos del silbido
que es herida en el viento,
escindir de la carne
inundada de sangre
tajo venenoso,
de una promesa cumplida.